Mi amigo el
tren*
Pasa rápido la negra y trajinada locomotora.
Detrás, en fila obediente, las ventanillas iluminadas.
Quiero mirar los rostros que, tras los vidrios ignoran mi presencia.
¿Dónde van? ¿Qué piensan? ¿Quién los espera?. ¿O qué los espera?
Unos dormitan, otros leen, otros conversan entre sí.
Otros miran sin ver el paisaje que, sabiéndose ignorado, se vuelve cada vez más sombrío, más
mezquino.
Cada día imagino una nueva forma para que el tren aminore su marcha y así regodearme en cada gesto, en cada forma de mirar. Tener tiempo para averiguar que piensa, donde van, quién los espera. Imposible. El lugar es una larga recta que el tren traga ávidamente.
Entonces elijo seguir una ventanilla al azar y crearle una vida a la que la ocupa.
Algunos quieren llegar pronto, los espera una mujer enamorada, otros fijan sus ojos sin ver el paisaje, perdidos en sus problemas. Me ilusiono porque creo ver unos ojos siguiendo mi figura.
Elijo una mujer dormida, la cabeza apoyada en el vidrio, los brazos cruzados sobre el pecho, apretando un bolso. El traqueteo de las ruedas sobre las viejas vías, acuna su sueño. Quizás viene de trabajar duro y largo, cansada, con hambre. Con hambre de comida caliente, de sonrisas o abrazos de bienvenida, de olor a hogar.
Es joven, quizás la esperan dos hijos, el compañero, la tibieza del amor. Bajará en la próxima estación y se dejará llevar por el gentío apurado y ruidoso. Caminará apurada hasta la casa, abrirá la puerta, con un largo suspiro.
No. No la espera nadie, solo el gato que cruza entre sus piernas acariciándolas con la cola.
El tren hace un buen rato que desapareció, vuelve el silencio. Camino por la vereda hasta mi casa.
Detrás, en fila obediente, las ventanillas iluminadas.
Quiero mirar los rostros que, tras los vidrios ignoran mi presencia.
¿Dónde van? ¿Qué piensan? ¿Quién los espera?. ¿O qué los espera?
Unos dormitan, otros leen, otros conversan entre sí.
Otros miran sin ver el paisaje que, sabiéndose ignorado, se vuelve cada vez más sombrío, más
mezquino.
Cada día imagino una nueva forma para que el tren aminore su marcha y así regodearme en cada gesto, en cada forma de mirar. Tener tiempo para averiguar que piensa, donde van, quién los espera. Imposible. El lugar es una larga recta que el tren traga ávidamente.
Entonces elijo seguir una ventanilla al azar y crearle una vida a la que la ocupa.
Algunos quieren llegar pronto, los espera una mujer enamorada, otros fijan sus ojos sin ver el paisaje, perdidos en sus problemas. Me ilusiono porque creo ver unos ojos siguiendo mi figura.
Elijo una mujer dormida, la cabeza apoyada en el vidrio, los brazos cruzados sobre el pecho, apretando un bolso. El traqueteo de las ruedas sobre las viejas vías, acuna su sueño. Quizás viene de trabajar duro y largo, cansada, con hambre. Con hambre de comida caliente, de sonrisas o abrazos de bienvenida, de olor a hogar.
Es joven, quizás la esperan dos hijos, el compañero, la tibieza del amor. Bajará en la próxima estación y se dejará llevar por el gentío apurado y ruidoso. Caminará apurada hasta la casa, abrirá la puerta, con un largo suspiro.
No. No la espera nadie, solo el gato que cruza entre sus piernas acariciándolas con la cola.
El tren hace un buen rato que desapareció, vuelve el silencio. Camino por la vereda hasta mi casa.
Allí también solo un gato me
espera.
*de Elsa Hufschmid. elsahuf@yahoo.com.ar
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